El mismo día, ya avanzada la tarde, se abrían los viejos portones de la casa de la Camarera y al compás de himnos y canciones religiosos asomaba la bella Virgen de la Asunción. Aparecía majestuosa, con su manto más azul que el mismo cielo. Sobre su cabeza brillaban como soles sus doce estrellas y sobre sus hombros colgaba su hermosa cabellera.
Cargada en andas por sus fieles servidores comenzaba su lento recorrido por las centenarias calles estremecidas de fervor religioso. Nuestro pueblo, apretujándose en las aceras, como si el espacio no fuera suficiente para albergar tanta humanidad, lanzaba flores a su paso cubriendo la carroza de la Virgen y convirtiendo las calles en jardines. Avanzada la noche la Virgen de la Asunción ascendía las escalinatas de nuestra Parroquia donde permanecería hasta el día siguiente, 15 de Agosto, en que volvería a repetir el mismo recorrido.
Una semana después se celebraba la Fiesta de la Octava y la Virgen de la Asunción, al comenzar la noche, regresaba rodeada de su pueblo a la casa de la Camarera.
Cuando terminaban los festejos veiamos con nostalgia como desarmaban los quioscos y aparatos mecánicos para colocarlos en camiones. Cuando éstos se alejaban cargados de tantas ilusiones que se desvanecían como sueño, algo triste y melancólico quedaba en nuestros corazones.
Así finalizaban los festejos de la Patrona de nuestro pueblo, entonces Guanabacoa regresaba a sus noches tranquilas, serenas, silenciosas, en espera del próximo año para nuevamente celebrar las Fiestas de La Tutelar.
Tiempos de un ayer muy distante que no olvidaremos, pero siempre con la esperanza que la libertad vuelva a reinar en nuestra Villa y que el sueño e ideal de Martí sea al fin eterna realidad en nuestra Cuba, libre al fin de la opresora tiranía comunista.