En aquella época teníamos muy poco tráfico vehicular. Solamente, muy temprano en la mañana, perturbaba nuestra tranquilidad el paso de camiones repartiendo leche, agua mineral o el chirrido de las carretillas de algún verdulero o carbonero. También el seco sonido de los cascos de los caballos de los campesinos entregando los pedidos de leche procedentes de sus propias vaquerías. Después en la noche, las esperadas voces musicales de los vendedores de cariocas, periódicos y los pregones del manicero anunciando sus capiruchos de maní, así como el canto armonioso del vendedor de los sabrosos “Crocantes Habaneros”. Sonidos gratos y familiares que alegraban nuestros oídos y que aun vibran en nuestra memoria rejuveneciendo viejos recuerdos. Recuerdos del pasado, cuando vivíamos en la unidad de nuestras familias en una Cuba tranquila, próspera y feliz.
Nuestra calle estaba provista de aceras, pero se mantenía aún en la misma condición que la dejó la colonia, bajo piedras y polvo, pues ni siquiera la cubrieron de adoquines, como hicieron en muchas de las calles del pueblo.
Años después llegaron las maquinarias para pavimentar la calle larga de “Venus” y con ellas vino el tráfico contínuo del progreso. El hermoso y tranquilo pedazo de calle -“nuestro parque”- desapareció para siempre, pero en nosotros quedó su inolvidable recuerdo.
EL CORCHO - El corcho fue uno de nuestros pasatiempos preferidos. Era simplemente un diminuto juego de pelota. Consistía en un sencillo corcho de los que venían en los botellones de agua mineral, que tanto se consumía, pues nuestro pueblo disfrutaba del privilegio de la pureza de sus aguas y varios manantiales como “La Cotorra”, “Lobatón”, “Fuente Blanca” y otros, suministraban el consumo de este precioso líquido.
El sencillo corcho era transformado en pequeña pelota incrustándole algunas puntillas a su alrededor para añadirle peso y después, era forrado con varias capas de cinta eléctrica. El bate era algo más rudimentario, consistía en un simple palo de escoba. Uno de sus extremos era también cubierto con cinta eléctrica para que fuera fácil sujetarlo y no resbalara de las manos. El corcho, el palo de escoba y nuestra calle, suplían gratuitamente todos los materiales necesarios para transformar el lugar en un imaginario parque de pelota.
LAS BOLAS - A veces, la calle se convertía en testigo de complicados juegos de bolas. Todo se transformaba en un espectáculo lleno de color cuando las lanzábamos mostrando sus bellos y radiantes colores en la claridad del atardecer. Salían furiosas y acertadas de nuestras manos, tratando de hacer contacto con el contrincante. Cuando chocaban unas contra las otras, producían un chasquido estridente, como si se quejaran del inesperado golpe. No importaba quien fuera el perdedor, los juegos siempre terminaban amistosamente y sólo había que esperar hasta la próxima competencia para recuperar las bolas perdidas… o perder algunas más.
Era curioso observar a todos los muchachos con sus saquitos llenos de bolas colgando de sus cintos, siempre dispuestos a encontrar un retador para cubrir sus dedos con la tierra y el polvo que se acumulaban en la calle.
EL CAMPO DE AVIACIÓN - Otras veces convertíamos la calle en un inmenso campo de aviación. Construíamos pequeños aviones con papeles de diferentes colores. Algunos llegaban a aterrizar sobre las tejas rojas de los techos de nuestras casas, escapándose de nuestro alcance. El avión de papel que lograra más altura y duración en su vuelo y “aterrizara” sobre la calle, era el ganador. El premio que recibía el vencedor era la envidia de los competidores y la emoción de haber triunfado.
EL ASOMBROSO BALÓN - Algunas veces, no frecuentes, disfrutábamos de un espectáculo maravilloso que verdaderamente complacía nuestra imaginación. Siempre dispuesto a crear algún entretenimiento espectacular, un vecino llamado Felipe, dotado de mucha habilidad, construía un balón que era elevado por medio de calor. El balón era colocado en el centro de la calle.
Cuando el artefacto comenzaba a ascender lentamente hacia el cielo, llenos de asombro, observábamos como se iba convirtiendo en un diminuto punto, hasta que desaparecía en la inmensidad del espacio azul. Para nosotros era algo extraordinario y teníamos motivo de conversación para muchos días.
LOS TROMPOS - Los trompos, con sus diferentes colores bailando sobre la acera, eran también un entretenimiento que llenaba las horas de ocio, pero tengo la impresión, tal vez muy personal, que no le dábamos mucha importancia a este juego. Hacíamos competencias, tratando de chocar con el trompo contrario y hacerle perder el balance, mientras el nuestro continuaba su baile triunfal.
LOS BARCOS DE PAPEL - Cuando la lluvia era intensa, por nuestra calle corrían ríos caudalosos por los márgenes de ambas aceras. Ese era el momento en que las puertas de ambas aceras se abrían y todos los amiguitos lanzaban al agua numerosos barcos de papel, que navegaban rápidamente sobre la corriente. Era una reñida regata vestida de velas blancas, que trataban de llegar, sin naufragar, hasta el próximo recodo de la esquina, donde los barquitos se perdían de vista. El barco capaz de lograr tan difícil travesía era el triunfador.
EL ALDABONAZO TRAVIESO - Este juego, si lo queremos llamar así, se realizaba en horas de la noche. Comenzábamos haciendo una fila de corredores que tenían que imitar lo que hiciera el que iba a la cabeza. El juego consistía en golpear fuertemente el aldabón de las puertas del vecindario con el propósito de molestar a sus moradores. Casi siempre los últimos corredores eran sorprendidos por algún vecino que abría rápidamente su puerta. Nuestros padres eran avisados y todo terminaba con fuertes reprimendas y castigos. La condena consistía en enviarnos a la cama después de la cena y la suspensión de la hora radial “Los Tres Villalobos”, nuestro programa preferido, que escuchábamos diariamente a las 12 meridiano.
EL AYER - Este es el final, en apretujado intento, de recordar algunos días lejanos de nuestra juventud en nuestra calle evocadora de tantos días del ayer, que siempre vivirán en nuestras memorias
“EL HOY” - ¡Cuantos recuerdos estarán escondidos en las esquinas de nuestra calle! ¿Quién vivirá en esas casas que fueron nuestras cunas y guardan silenciosas las emociones, temores e ilusiones de nuestra juventud? ¿Encerraran aún entre sus paredes esos gratos momentos de nuestras vidas, y sobre todo, el recuerdo de nuestros padres y hermanos, que con tanto cariño y cuidado guiaron nuestro crecimiento?.
¿Quién pudiera hacer retroceder el tiempo para sentarse nuevamente en aquellas aceras y caminar libremente por esa calle donde conocíamos a cada persona? Vecinos que eran como parte de nuestra familia, que nos habían visto nacer y crecer. ¿Quién vivirá en esas casas?. Yo no lo sé. Pero desde el fondo del alma, siempre escucho una voz que me susurra que no quiere saberlo.
En sueños, a veces nos parece caminar sobre esas aceras, recordando cada ventana, cada puerta con su escalón, donde tantas veces nos sentábamos a charlar, jugar o simplemente contemplar el atardecer del día languideciendo al acercarse la noche.
Cuántos recuerdos revoletean incansables en nuestras cabezas, a veces llenos de alegría, otras llenos de nostalgia y tristeza. Sueños de un ayer lejano, pero siempre muy cerca de nuestros pensamientos. Sueños de los cuales nunca quisiéramos despertar, para continuar viviendo en la imaginación de nuestras mentes, en aquellos días felices de juventud y volver a sentir aquella suave brisa embriagada de perfumes de picualas y jazmines que perfumaba a nuestra calle.
Y en esa noche maravillosa de recuerdos y de ilusiones, alzar los ojos al firmamento y ver el esplendor de tantas estrellas que Dios nos regaló, para que iluminaran por siempre nuestras noches… y engalanaran por siglos nuestra calle…