La fiesta de la Tutelar era el día festivo que con más entusiasmo esperábamos los guanabacoenses. En realidad, las diversiones comenzaban el día 14 de agosto. Los quioscos donde se vendían las famosas papas rellenas de Guanabacoa, las fritas, churros, pan con lechón, golosinas y demás chucherías, se armaban con antelación a esta fecha. También participaban cartománticas, malabaristas y entrenadores de pájaros. Todo se centralizaba alrededor de la Parroquia, cubriendo el Parque Central y el pequeño parque que limitaba las calles Jesús Maria y Adolfo Castillo.
Lo que más nos emocionaba eran la Silla Voladora, La Estrella, el Carrusel con sus hermosos caballitos, los Carros Locos, que chocaban con estrépito unos contra otros, girando a su antojo y que eran muy difícil de maniobrar.
En los altos de la tienda “La Casa Grande” estaban instalados unos altoparlantes, que proporcionaban alegría musical y desde donde Padrón y Ordeñana ( los populares periodistas y comentaristas) entretenían diariamente con música, chistes e informaciones de actualidad a los concurrentes habituales del Parque Central de nuestra Villa.
El parque iluminado por luces de todos colores, parecía una estampa arrancada de un cuento de hadas. El ruido de todos los aparatos mecánicos, mezclado con la música que surgía de los quioscos y de los altoparlantes, hacía imposible cualquier intento de conversación. El olor del sabroso lechón asado impregnaba el ambiente invitando a saborearlo.
Los fuegos artificiales que se originaban desde las azoteas de los edificios situados frente al parque y el Ayuntamiento, cruzaban el cielo iluminándolo todo y arrancando exclamaciones de admiración.
El 14 de agosto, ya avanzada la tarde, se abrían los antiguos portones de la casa de la Camarera y al compás de himnos religiosos asomaba la bella imagen de la Virgen de la Asunción. Aparecía majestuosa, con su manto más azul y hermoso que el mismo cielo. Sobre su cabeza brillaban, como soles, las doce estrellas. Y sobre sus hombros colgaba su cabellera.
Cargada en andas por sus fieles servidores, comenzaba su lento recorrido por las viejas calles estremecidas de fervor. Nuestro pueblo, apretujándose en las aceras, como si el espacio no fuera suficiente para contener tanta humanidad, lanzaba flores a su paso, llenando la carroza de la Virgen y convirtiendo las calles en jardines. Ya avanzada la noche, la Virgen hermosa ascendía por la escalinata de la Parroquia, donde permanecía hasta el día siguiente, 15 de agosto, para repetir el mismo recorrido.
Una semana después se celebraba la Fiesta de la Octava. Al comenzar la noche, la Virgen regresaba rodeada de su pueblo a casa de la Camarera. Así finalizaban las fiestas de la Patrona de Guanabacoa.
Al día siguiente, veíamos con nostalgia como desarmaban los quioscos y aparatos
mecánicos para ser colocados en los camiones. Cuando estos se alejaban, cargados de tantas ilusiones que se desvanecían como un sueño, algo melancólico y triste quedaba en nosotros. Entonces, Guanabacoa regresaba a sus noches tranquilas, serenas, silenciosas, en espera de las próximas fiestas de La Tutelar.
Lo que más nos emocionaba eran la Silla Voladora, La Estrella, el Carrusel con sus hermosos caballitos, los Carros Locos, que chocaban con estrépito unos contra otros, girando a su antojo y que eran muy difícil de maniobrar.
En los altos de la tienda “La Casa Grande” estaban instalados unos altoparlantes, que proporcionaban alegría musical y desde donde Padrón y Ordeñana ( los populares periodistas y comentaristas) entretenían diariamente con música, chistes e informaciones de actualidad a los concurrentes habituales del Parque Central de nuestra Villa.
El parque iluminado por luces de todos colores, parecía una estampa arrancada de un cuento de hadas. El ruido de todos los aparatos mecánicos, mezclado con la música que surgía de los quioscos y de los altoparlantes, hacía imposible cualquier intento de conversación. El olor del sabroso lechón asado impregnaba el ambiente invitando a saborearlo.
Los fuegos artificiales que se originaban desde las azoteas de los edificios situados frente al parque y el Ayuntamiento, cruzaban el cielo iluminándolo todo y arrancando exclamaciones de admiración.
El 14 de agosto, ya avanzada la tarde, se abrían los antiguos portones de la casa de la Camarera y al compás de himnos religiosos asomaba la bella imagen de la Virgen de la Asunción. Aparecía majestuosa, con su manto más azul y hermoso que el mismo cielo. Sobre su cabeza brillaban, como soles, las doce estrellas. Y sobre sus hombros colgaba su cabellera.
Cargada en andas por sus fieles servidores, comenzaba su lento recorrido por las viejas calles estremecidas de fervor. Nuestro pueblo, apretujándose en las aceras, como si el espacio no fuera suficiente para contener tanta humanidad, lanzaba flores a su paso, llenando la carroza de la Virgen y convirtiendo las calles en jardines. Ya avanzada la noche, la Virgen hermosa ascendía por la escalinata de la Parroquia, donde permanecía hasta el día siguiente, 15 de agosto, para repetir el mismo recorrido.
Una semana después se celebraba la Fiesta de la Octava. Al comenzar la noche, la Virgen regresaba rodeada de su pueblo a casa de la Camarera. Así finalizaban las fiestas de la Patrona de Guanabacoa.
Al día siguiente, veíamos con nostalgia como desarmaban los quioscos y aparatos
mecánicos para ser colocados en los camiones. Cuando estos se alejaban, cargados de tantas ilusiones que se desvanecían como un sueño, algo melancólico y triste quedaba en nosotros. Entonces, Guanabacoa regresaba a sus noches tranquilas, serenas, silenciosas, en espera de las próximas fiestas de La Tutelar.